TEEN
AGE RIOT
Estoy hasta las narices de que la
gente no entienda el silencio. Qué hay de malo en permanecer en silencio
durante un par de minutos. ¿Qué hay de malo? ¿Por qué hay que hablar de algo
siempre?
No digo que esté mal hablar pero,
precisamente, el silencio es una de las razones por las que considero al mundo
un lugar agradable. La gente charlotea como si realmente dijese cosas
interesantes. ‘¡Oh, vamos! ¡Mantén la boca cerrada!’ creo que podría utilizar esa
frase varias veces al día. Con personas de todo tipo. A veces parece que las
personas mayores tienen cosas que decir, pero no ocurre siempre. No son todos
tan interesantes como quieren hacernos creer. Conducir es una habilidad que no
te convierte en alguien admirable. Por muy caro que sea el maldito coche del
que tienes llaves.
Alguien que no se molesta en
poner un disco por la mañana, antes de abrir con impaciencia las páginas de
economía de un periódico, no merece ser tratado con seriedad. De hecho alguien
que abre con impaciencia las páginas de economía de cualquier diario no merece
ser tratado.
¿Qué voy a decirles? Durante este
año han pasado muchas cosas. Uno siempre piensa que en el último curso ya no
queda nada por hacer, que siempre se acumula en el peldaño previo. En el tramo
inmediatamente anterior. Pero no. En el último año de cada promoción pasan
cosas inesperadas. Siempre que asumimos algo
la probabilidad de que suceda todo lo contrario se multiplica por cuatro
mil.
Como que uno tiene que tomar la
decisión más importante de su vida. Descubrir a qué quiere dedicarse durante
los próximos cincuenta años. O lo que verdaderamente le hace feliz. Su
vocación.
¿Realmente creen que todas esas
personas, que les rodean, que entraron en la carrera convencidas de que eso era
todo lo que querían, son felices haciendo aquello en lo que se especializaron?
Es de locos. La exigencia del último año y las pruebas que, en cierto modo,
determinarán a qué vida puedes acceder, la presión… Todo es una enorme
responsabilidad. Estarán ustedes ya convencidos de que si en dieciocho años de
vida (ocho de limitada consciencia) alguien es capaz de tomar una decisión de
esta relevancia y dedicarse a ello: 1. O es mentira 2. Cambiará de idea otras
tantas veces 3. Estamos ante lo que yo llamo un bienaventurado. Un bendito. Un
genio a voces, tocado por la mismísima mano que hizo lo propio con Pablo
Picasso.
Afortunadamente este año, fuera
de toda previsión, muchos de nosotros hemos terminado haciendo o experimentando
bastantes cosas que no esperábamos. Y no es que los últimos cursos sean
experimentales, que sí pruebas, es que las cosas funcionan como si nosotros
fuésemos tal experimento.
Los profesores han puesto todo su
empeño no vocacional en empujarnos al desastre. Bueno, la mayoría. El de la
educación es un gremio complicado.
Muchos profesores no sienten ni
un dedo de desaliento por el alumno apurado, muchos de ellos ni nos consideran
personas y algunos, incluso, se atreven a aleccionarnos y prevenirnos mediante
lo que yo llamo el ‘método del leñador’. Hachando progresos y reduciendo
posibilidades. Son ese tipo de personas que te previenen, de la peor de las
maneras, sobre posibles caídas a las que probablemente nunca vayas a enfrentarte.
Por eso siempre les recordaremos, especialmente, como los primeros grandes miserables
de nuestro periodo de adaptación.
Si pensaban que no nos daríamos
cuenta, se equivocaban.
Este año también he reparado en que hay un
pensamiento generalizado cuya balanza se inclina en contra de las personas
negativas. Es decir, he observado durante este año, que a las personas de
carácter negativo se les da menos credibilidad. Menos tregua. Por alguna razón
que desconozco, el mal gusto y las gracias tontas siempre caen en apoyo
popular. Y en simpatía. Yo no he sido la alumna más positiva de este ni de
ningún otro año. Ni dentro ni fuera del colegio. No soy una persona positiva. Y
la mayoría de las cosas graciosas que digo tienen relación con experiencias
fuertes. Así que a veces no resultan tan graciosas… Tampoco escucho la misma
música que el resto de mis compañeros. Ni se me ocurriría ponerme una de esas
horribles camisetas rosas con un parche silueteado de la figura de un puma, no.
La jefa de estudios (Anna Smith) no
te corrige si llevas algo de su agrado que no tenga que ver con la indumentaria
oficial, pero hasta la última semana de curso me ha requisado la chaqueta negra
que llevaba entre la chaqueta del chándal y la camiseta del uniforme. Igual le
sirvieron las converse que me
regalaron por navidad para hacer comentarios jocosos durante una buena
temporada. Desde entonces he tenido tres pares distintos. Smith
dice que parezco un payaso. En realidad cuando a uno le mueve algo distinto
siempre es un payaso a ojos de todo lo que camina de la mano.
¡Oh! Y luego están mis amigas. Las
chicas de clase suelen tener un tema de
conversación. Desde que lo descubrieran este año. En realidad hablo de las
chicas en general. Ellas hablan de ellos. Y ellos se dedican a ser ellos
mismos. Desde que cumplimos trece años, cuando nos vino la regla por primera vez,
todas empezaron a ver películas de instituto americano. La revolución se
inmiscuyó en las aulas. Montones de niñas pensando que enseñar los pechos y
pintarse los ojos de negro con un lápiz que (por el grosor) bien podría ser de
labios, les convertiría directamente en
mujeres. Su única problemática, a partir de ese momento hasta que mueran, será ¿gustarles?
O una de las más arraigadas. Tendrán novios, maridos y exes más o menos
interesantes. Que las escogerán basándose en el anodino criterio de ‘la ausencia
de sustancia’ y que no tardarán en aburrirse de sus cuerpos.
Por no profundizar en ese tipo de
relaciones sanas que tiene todo el mundo de repente. Relaciones maduras,
adultas, perfectas. Saben, toda esa
gente que trata de parecer normal en realidad no lo es.
Este año perdí la virginidad
¿Pueden creerlo? No esperaba perder la virginidad antes de tener claro que quería hacerlo, o de intentar
cambiar de opinión. De batirme el cobre sobre mis propias opiniones, no sé. El
encargado de la cafetería que hay frente a la biblioteca, al lado de la
consulta del que hasta ahora fue nuestro pediatra, me sedujo. Seducir es una palabra sofisticada
y graciosa ¿saben? Mi madre acaba de enterarse, eso también. No hablé sobre
ello porque en realidad no fue para tanto. Y porque no entiendo qué hay de
agradable en introducir a otra persona en tu vida sexual de manera gratuita.
Él es mayor que yo. De hecho
tiene treinta y dos. Es biólogo, y bastante aburrido la mayor parte del tiempo.
La excusa fue su colección de discos.
Que, todo sea dicho, es alucinante. Aquel día llevaba una camiseta de los Smashing
Pumpkins. Lo crean o no, esa fue la razón principal por la que decidí
dejar que se acercase a mí de esa manera. Bueno, eso y que nunca se refirió a
mis zapatillas como un aliciente para tratarme de manera distinta. Y si lo hizo
fue para bien.
Nos hemos visto más veces pero
creo que está saliendo con esa chica rubia a la que acompaña a casa de vez en
cuando. Le entiendo, y la verdad, no me importa. El año que viene estaré fuera.
Mis padres han decidido dejar que me vaya. Estoy contenta. Aunque imagino que
en el último instante, antes de bajar del coche, porque quiero imaginar que me
acompañarán, ya saben, para hacer que parezcamos una familia, me pondré algo
nerviosa. Algo más insoportable de lo que les tengo acostumbrados.
Seguramente recuerde estos años
con cariño, porque: 1. Uno siempre recuerda las cosas horribles y 2. Con la
distancia, y tiene sentido porque ya no importan tanto, el cariño es más cómodo
que el odio. Y, claro, odiar algo que no te importa es ciertamente complicado.
Odiar es querer. Es como valorar algo en la misma proporción aunque la
sensación sea contraria. Adquiere un valor parecido dentro de la estimación que
queramos darle.
Mis padres se separaron durante este
año. Por eso, aunque se hayan sentado uno al lado del otro, no han cruzado
palabra en toda la tarde. Espero muchas llamadas de mi hermana pidiendo asilo
el año que viene.
Dos de mis amigas no se hablan
por una historia de uno de los tíos de clase en el cumpleaños de no sé bien
quién. No es importante, pero sí tarde para intentar corregir los insultos de
la última vez que nos vimos. Lily se
quedó embarazada, aunque ya no lo esté. Y bueno, parece que vaya a casarse. ¡Sorpresa!
Las cosas están más o menos así.
Terminar el colegio es el primer paso hacia la evolución humana. De hecho la
sensación ahora es que dependiendo de la carrera que escoja tendré que seguir
lidiando con gente de la que no quiero saber nada. Tengo ganas de perderos de
vista. Es innegable.
Que paséis un buen verano.
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Entonces solté el micrófono y
sonreí.
Todo el mundo en el auditorio se
puso en pie. Menos mis padres y los profesores, claro. Mis compañeros aplaudían
sin parar. Para que vean que no me equivocaba. Así fue como terminé el
instituto.
Lo que pasó después no tuvo nada
que ver.
Enid, 1994.
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