Two
Headed Boy
-
¡Es
que no lo entiendo! – exclamó Dennis medio ahogado, sin girarse.
-
Entonces
se acercó al perchero que había en la entrada. Un mueble de bambú
que les había regalado Jane, amiga de Dennis, el día en que se
mudaron a aquella casa. Agarró su abrigo, giró el manillar de la
puerta y se marchó.
Dennis
seguía apoyado en la encimera, inclinado sobre la pila en la que
pretendía terminar de lavar una lechuga cuando a Lena se le ocurrió
decirle lo poco que sentía haberse acostado con su mejor amigo.
Jack
era algo más alto que Dennis y algo menos corpulento. Eso que Dennis
no era precisamente un bargueño. Tenía los ojos marrones. Y las
manos grandes. Más que Dennis, de hecho, pero parecían menos
delicadas. Solía llevar camisas de cuadros. Como si la moda de los
leñadores de Seattle hubiese hecho verdadera mella en su armario. Y,
alguna vez, se ataba pañuelos al cuello incluso. Como un caballero
inglés. Muy pretencioso.
Dennis
simplemente no podía creerlo. Cuánto hacía que conocía a Jack
¿quince? ¿Veinte años? Eran amigos desde el segundo año de
universidad. ¡Desde los diecinueve! ¡Qué clase de amigo hace eso!
¡Qué clase de amigo no está presente en un momento así porque
resulta ser PROTAGONISTA!
‘Oh.
No’ era lo único que Dennis era capaz de discernir en aquel
momento. Antes de poder terminar de lavar la lechuga. Antes incluso
de presionar el mango con fuerza para que volviese a salir agua del
grifo, Dennis, caminó por toda la casa hasta dar con su teléfono
móvil. Marcó el número de Jack y ajustó una cita para esa misma
noche.
Eran
las ocho y media de la tarde. Dennis no terminaba de entender cómo,
aún sabiendo lo que hacía, Jack había accedido al encuentro. La
pieza de verdura permanecía seca, sobre la tabla de cortar de la
cocina, impertérrita; casi virginal. Lena tenía que habérselo
contado a Jack ya. Seguro que él ya sabía lo que Dennis quería
decirle. Seguro que era consciente de que tendría que hacerle
frente. Con todo había descolgado el teléfono como si nada, y no
sólo eso, si no que asimismo había accedido a encontrarse en su
cervecería favorita. ‘Vaya’, se repetía Dennis. ‘De ahora en
adelante odiaré ese lugar’.
Cada
vez había más luces encendidas en la casa y Lena no daba señales
de vida. ¿Estarían juntos? O lo que es peor, ¿aparecerían juntos?
No, eso no era posible. No podían ser tan poco considerados.
Dennis
empezaba a asumir su nerviosismo. No era capaz de discernir entonces
qué le preocupaba más, si la responsabilidad y el respeto de su
amigo o perder a Lena de aquella manera. Bueno, era ella quien le
perdía a él. Era ella quien le había metido en aquel lío. ¡Dios,
Lena!
Dennis
pensó entonces en lo mal que lo había pasado Lena desde la muerte
de su madre. Quedaba una semana para que se cumpliera el primer
aniversario de la pérdida. Quizá aquello no era más que una de las
fases del duelo de Lena. Desde luego ella no parecía entender su
postura.
Entre
las muchas cosas que Lena había gritado tratando de justificarse
Dennis aseguraba con especial atención ‘os quiero de forma
distinta’ y ‘no quiero perderos a ninguno de los dos’. ¡Cómo
era posible! ¡Cómo era posible! Cuántas veces habían discutido
sobre Lena. Cielo santo, no era capaz de contabilizar el montón de
tardes que habían empleado en resolver algunos de los problemas que
Dennis tenía con ella. De hecho Lena era una de las chicas más
complicadas que conocían. Precisamente cuando murió la madre de
Lena, Dennis y ella peleaban a menudo. La convivencia se complicó.
Tuvieron varias riñas fuertes los primeros dos meses y era Jack
quien terminaba resolviéndolo todo. ¡Maldita sea! Claro.
Además,
Lena, aún iba a clase. Y a Dennis le costaba sobrellevar su horario.
Y compatibilizar espacios de trabajo. Y las salidas. Pero, por favor.
No había una sola hora del día en que no se acordase de ella.
Lo
hacía por la mañana, y sonreía mientras apuraba pequeñas
cucharadas de azúcar. Lena siempre le ponía una barbaridad de
azúcar al café. Solía acordarse de ella también al pasar por
delante de algún escaparate con ropa muy llamativa. Lena odiaba
aquella ropa fluorescente. Lo que le traía a la memoria la primera
vez que se compró un cómic. Reinhard
Kleist – Johnny
Cash: I See a Darkness.
Y aquella cola de una hora que hicieron hasta llegar al mostrador
para ser atendidos. Y cómo Lena se pasó toda la hora masticando
chicle mientras analizaba al resto de personas que esperaban colgada
del hombro de Dennis. Dándole vueltas con el dedo a los rizos de su
melena roja, espumosa.
Cuando
escuchaba alguna frase concreta también se acordaba de ella. E
imaginaba su reacción. O esperaba a contárselo al llegar a casa y
observarla. Lena era una persona graciosa. Con humor del bueno. Una
de esas personas ocurrentes y divertidas con las que puede pasar uno
tres días seguidos riendo y no terminar agotado de la misma broma.
Tenía miles de gestos de Lena grabados, como si fuesen propios. Lena
también solía levantar un extremo de la boca, casi hasta la mitad
de su mejilla, como dejando resbalar la sonrisa. Sobre todo cuando
alguien decía alguna estupidez encantadora. Era una mueca refleja. Y
se frotaba los ojos sin parar cuando no llevaba maquillaje. Por todas
las veces que decidía aderezarse la cara. Cruzaba siempre los dedos
de la mano derecha cuando estaba nerviosa o se cogía una mano con
otra si no sabía qué hacer. Ese gesto ya era de los dos.
Una
cosa que le encantaba a Dennis es que cuando había mucha gente
alrededor y Lena no conocía a nadie solía acercarse a su oído y
decir ‘sólo te escucho a ti’. Aquello significaba que empezaría
a contestar con despotismo en menos de media fracción de segundo.
Esas marchas forzadas siempre terminaban en algún lugar mejor.
Una
noche, meses antes de que la madre de Lena muriera. Fueron a cenar a
un restaurante chino. Era invierno. Lena se pasó toda la noche
jugando con una niña que correteaba por el comedor. Aquella niña
resultó ser la hija de los dueños del restaurante; terminaron por
regalarle uno de esos cuadros en los que parece que el agua se mueve.
Fue esa noche cuando Dennis comprendió, en cierto modo, que Lena no
era una chica como las demás. Que tendría que aprender a convivir
con ello. Y que no trataría de estar a la altura. Simplemente
intentaría evitar conflictos y disfrutar de todo lo que ella
disponía.
Y
ahí estaba, pensando en todos los momentos divertidos y bonitos.
Después de todo. No tenía ningún sentido pensar en ello ahora. En
aquel momento Dennis tenía que estar enfadado. Tenía que ponerse el
ceño fruncido antes que los pantalones tejanos.
Y
eso hizo. Se miro en el espejo enfadado. Se vistió. Se colgó la
chaqueta sobre los hombros, cogió las llaves, pasó los brazos por
la manga correspondiente y repitió el mismo gesto que Lena hacía
unas horas. Quizá con un poco más de suavidad. (Encima).
Al
llegar al Americano,
Dennis no titubeó. Jack siempre aparecía tarde así que entró en
el bar. Saludó a la camarera, conocida, sin aspavientos. Y alzando
la mano señaló, segundos antes de abalanzarse sobre el banco, una
pinta de Brooklyn Lager
que otro de los clientes del bar sujetaba sobre la barra.
La
camarera no tardó demasiado en acercarse, desde que le señalase la
cerveza del otro tipo, a traer la suya. Tenía un par de preguntas en
la punta de la lengua. Pero no quiso ahondar en el asunto de por qué
Dennis portaba el semblante serio, las manos blancas, y la saliva
espesa. Lo dejó tal y como estaba. Tentando al buen humor con una
sonrisa. Que Dennis retornó de manera educada.
Antes
de poder incluso repasar mentalmente lo que quería decirle, antes de
darse cuenta de que ya estaba allí, Jack se sentó frente a Dennis.
Era una mesa amplia. Frente a la ventana. Elegantes, como en un
cuadro de Hopper,
se saludaron con un apretón de manos. Dennis ni si quiera se puso en
pie para hacerlo. Después del saludo, Jack se acercó a la barra.
Pidió otra cerveza y volvió para sentarse en el banco
almohadillado, de cara a Dennis.
Jack
llevaba una chaqueta de cuero negra con una camiseta gris desgastada
debajo. Unos vaqueros rectos con los bajos doblados y unas New
Balance grises, muy
desgastadas, que compraron juntos el domingo en que Martha le dejó.
Hacía casi tres años.
‘Está
especialmente guapo’ pensó Dennis. ‘Especialmente feliz’ se
repitió mientras se llevaba la mano derecha a la boca para
mordisquearse una uña.
-
¿Cómo
ha ido el día? – preguntó Jack con naturalidad sujetando su
cerveza.
‘¡Pero
bueno! Cómo puede ser… ‘ Dennis no entendía absolutamente nada.
Y retirándose la mano de la boca para poder hablar exclamó.
-
Dímelo
tú – mientras sustituía el dedo por la cerveza en su boca y
volvía a colocar la mano después del segundo trago.
-
¿El
qué? – preguntó Jack tranquilo.
-
Cómo
ha “ido el día” – dijo Dennis algo más cabreado.
-
Mi
día ha estado bien. He trabajado hasta tarde y he salido a dar un
paseo antes de venir. Cuando me escribiste aún estaba con el
proyecto de NEMS.
-
Oh,
Jack, por favor… - Dennis recogió su cabeza con las manos. La
movió. Como hacen los hombres cuando discuten con una mujer.
Apretó
la mandíbula y respondió:
-
¿Me
vas a contar lo de Lena? He hablado con ella.
-
Ooh…
JO-DER. Me dijo que lo hablaríamos los tres.
-
Da
igual, da igual que seamos diez, cuatro u ocho. Eres mi mejor amigo,
Jack. ¿Entiendes eso? ¿Entiendes que Lena es casi todo lo que
hace que me sienta cómodo en mi propia piel? ¿Lo entiendes?
Jack
bajó la cabeza arrepentido.
-
Dennis,
me gusta Lena.- respondió con miedo.
-
Es
que ¡No puede ser! No me lo puedo creer – Dennis se agitó en el
banco, moviendo las manos, rozando los dedos con sus labios, volvía
a estrechar la mandíbula. – ¿No entiendes que estas cosas entre
amigos no pueden pasar? ¡Maldita sea Jack! Confiaba en ti.
Jack
con la cabeza aún baja contestó
-
Sabes
que somos amigos, Dennis, sabes que nunca te he fallado. Ni aquella
vez que la fulana con la que estabas se acercó en la fiesta del
cumpleaños de Brandon e intentó… ya sabes…
-
Es
que no puedo creerlo… ¿En qué momento te planteas que puedes
acceder a esto? ¿En qué momento… ¿Cuándo empezó todo esto?
Quiero saberlo.
-
Oh…
¡Vamos Den! No pienso entrar a ese juego.
-
¡No
me vengas con eso Jack! Tengo derecho a saberlo.
Era
evidente que la decepción de Dennis iba en aumento. Igual que la
vergüenza, aún consciente, se apoderaba de Jack. Que, cada vez más
rojo, ofrecía explicaciones breves y bochornosas sobre cómo y
cuándo empezó todo. Cómo y cuando decidieron transformar la
situación en realidad. Cómo y cuando empezaron a hacerse cargo de
que aquello iba mucho más en serio de lo que eran capaces de
sobrellevar en secreto.
El
alcohol, igual que la tensión se perdía entre gargantas y Dennis
estaba cada vez más triste y obcecado.
-
¿Qué
se supone que debo hacer Jack? ¿Os entiendo? ¿Os abandonó a la
suerte? ¿Me abandono? – Dennis, visiblemente ebrio, resbalaba en
sus propias palabras. Considerando que la dicción era lo menos
importante.
-
No
es para tanto. Creo que iremos acostumbrándonos. Con el tiempo…
-
¡No
es para tanto! – Dennis se puso en pie, el bar estaba notablemente
lleno - ¡Que no es para tanto, dice!
-
Anna,
la camarera, miró a Dennis alertada por los gritos y cruzó la
barra. Acercándose, le tomó del brazo, Dennis forcejeó unos
segundos y paró, al ver la cara de Anna mirándole a los ojos.
-
Dennis,
tranquilízate, ¿quieres? – dijo ella sonriente como cuando le
sirvió la primera cerveza. Como siempre.
Jack
no sabía qué decir. Se había puesto en pie también, alertado por
la fuerza de Dennis.
-
“¡No
es para tanto!”, dice. “Nos acostumbraremos con el tiempo”,
dice. – y levantando la voz más que las manos exclamó - ¡Cómo
voy a acostumbrarme a que mi mejor amigo – señalando a Jack –
se acueste con mi hija!
Jack
se tapó la cara, intentando ocultar su rostro de todos los ojos
abiertos que apuntaban en aquella dirección. Dennis tardó menos de
un minuto en desplomarse sobre el banco almohadillado del Americano.
Lena
tardó algo más en aparecer. Alrededor de una hora y media desde que
recibiera el mensaje de Jack avisando sobre la discusión.
A
Dennis le costó una resaca y un día entender que Lena quisiera
escuchar a otras personas.
Laura
P. Calle
¡Es
que no lo entiendo! – exclamó Dennis medio ahogado, sin girarse.
Entonces
se acercó al perchero que había en la entrada. Un mueble de bambú
que les había regalado Jane, amiga de Dennis, el día en que se
mudaron a aquella casa. Agarró su abrigo, giró el manillar de la
puerta y se marchó.
Dennis
seguía apoyado en la encimera, inclinado sobre la pila en la que
pretendía terminar de lavar una lechuga cuando a Lena se le ocurrió
decirle lo poco que sentía haberse acostado con su mejor amigo.
Jack
era algo más alto que Dennis y algo menos corpulento. Eso que Dennis
no era precisamente un bargueño. Tenía los ojos marrones. Y las
manos grandes. Más que Dennis, de hecho, pero parecían menos
delicadas. Solía llevar camisas de cuadros. Como si la moda de los
leñadores de Seattle hubiese hecho verdadera mella en su armario. Y,
alguna vez, se ataba pañuelos al cuello incluso. Como un caballero
inglés. Muy pretencioso.
Dennis
simplemente no podía creerlo. Cuánto hacía que conocía a Jack
¿quince? ¿Veinte años? Eran amigos desde el segundo año de
universidad. ¡Desde los diecinueve! ¡Qué clase de amigo hace eso!
¡Qué clase de amigo no está presente en un momento así porque
resulta ser PROTAGONISTA!
‘Oh.
No’ era lo único que Dennis era capaz de discernir en aquel
momento. Antes de poder terminar de lavar la lechuga. Antes incluso
de presionar el mango con fuerza para que volviese a salir agua del
grifo, Dennis, caminó por toda la casa hasta dar con su teléfono
móvil. Marcó el número de Jack y ajustó una cita para esa misma
noche.
Eran
las ocho y media de la tarde. Dennis no terminaba de entender cómo,
aún sabiendo lo que hacía, Jack había accedido al encuentro. La
pieza de verdura permanecía seca, sobre la tabla de cortar de la
cocina, impertérrita; casi virginal. Lena tenía que habérselo
contado a Jack ya. Seguro que él ya sabía lo que Dennis quería
decirle. Seguro que era consciente de que tendría que hacerle
frente. Con todo había descolgado el teléfono como si nada, y no
sólo eso, si no que asimismo había accedido a encontrarse en su
cervecería favorita. ‘Vaya’, se repetía Dennis. ‘De ahora en
adelante odiaré ese lugar’.
Cada
vez había más luces encendidas en la casa y Lena no daba señales
de vida. ¿Estarían juntos? O lo que es peor, ¿aparecerían juntos?
No, eso no era posible. No podían ser tan poco considerados.
Dennis
empezaba a asumir su nerviosismo. No era capaz de discernir entonces
qué le preocupaba más, si la responsabilidad y el respeto de su
amigo o perder a Lena de aquella manera. Bueno, era ella quien le
perdía a él. Era ella quien le había metido en aquel lío. ¡Dios,
Lena!
Dennis
pensó entonces en lo mal que lo había pasado Lena desde la muerte
de su madre. Quedaba una semana para que se cumpliera el primer
aniversario de la pérdida. Quizá aquello no era más que una de las
fases del duelo de Lena. Desde luego ella no parecía entender su
postura.
Entre
las muchas cosas que Lena había gritado tratando de justificarse
Dennis aseguraba con especial atención ‘os quiero de forma
distinta’ y ‘no quiero perderos a ninguno de los dos’. ¡Cómo
era posible! ¡Cómo era posible! Cuántas veces habían discutido
sobre Lena. Cielo santo, no era capaz de contabilizar el montón de
tardes que habían empleado en resolver algunos de los problemas que
Dennis tenía con ella. De hecho Lena era una de las chicas más
complicadas que conocían. Precisamente cuando murió la madre de
Lena, Dennis y ella peleaban a menudo. La convivencia se complicó.
Tuvieron varias riñas fuertes los primeros dos meses y era Jack
quien terminaba resolviéndolo todo. ¡Maldita sea! Claro.
Además,
Lena, aún iba a clase. Y a Dennis le costaba sobrellevar su horario.
Y compatibilizar espacios de trabajo. Y las salidas. Pero, por favor.
No había una sola hora del día en que no se acordase de ella.
Lo
hacía por la mañana, y sonreía mientras apuraba pequeñas
cucharadas de azúcar. Lena siempre le ponía una barbaridad de
azúcar al café. Solía acordarse de ella también al pasar por
delante de algún escaparate con ropa muy llamativa. Lena odiaba
aquella ropa fluorescente. Lo que le traía a la memoria la primera
vez que se compró un cómic. Reinhard
Kleist – Johnny
Cash: I See a Darkness.
Y aquella cola de una hora que hicieron hasta llegar al mostrador
para ser atendidos. Y cómo Lena se pasó toda la hora masticando
chicle mientras analizaba al resto de personas que esperaban colgada
del hombro de Dennis. Dándole vueltas con el dedo a los rizos de su
melena roja, espumosa.
Cuando
escuchaba alguna frase concreta también se acordaba de ella. E
imaginaba su reacción. O esperaba a contárselo al llegar a casa y
observarla. Lena era una persona graciosa. Con humor del bueno. Una
de esas personas ocurrentes y divertidas con las que puede pasar uno
tres días seguidos riendo y no terminar agotado de la misma broma.
Tenía miles de gestos de Lena grabados, como si fuesen propios. Lena
también solía levantar un extremo de la boca, casi hasta la mitad
de su mejilla, como dejando resbalar la sonrisa. Sobre todo cuando
alguien decía alguna estupidez encantadora. Era una mueca refleja. Y
se frotaba los ojos sin parar cuando no llevaba maquillaje. Por todas
las veces que decidía aderezarse la cara. Cruzaba siempre los dedos
de la mano derecha cuando estaba nerviosa o se cogía una mano con
otra si no sabía qué hacer. Ese gesto ya era de los dos.
Una
cosa que le encantaba a Dennis es que cuando había mucha gente
alrededor y Lena no conocía a nadie solía acercarse a su oído y
decir ‘sólo te escucho a ti’. Aquello significaba que empezaría
a contestar con despotismo en menos de media fracción de segundo.
Esas marchas forzadas siempre terminaban en algún lugar mejor.
Una
noche, meses antes de que la madre de Lena muriera. Fueron a cenar a
un restaurante chino. Era invierno. Lena se pasó toda la noche
jugando con una niña que correteaba por el comedor. Aquella niña
resultó ser la hija de los dueños del restaurante; terminaron por
regalarle uno de esos cuadros en los que parece que el agua se mueve.
Fue esa noche cuando Dennis comprendió, en cierto modo, que Lena no
era una chica como las demás. Que tendría que aprender a convivir
con ello. Y que no trataría de estar a la altura. Simplemente
intentaría evitar conflictos y disfrutar de todo lo que ella
disponía.
Y
ahí estaba, pensando en todos los momentos divertidos y bonitos.
Después de todo. No tenía ningún sentido pensar en ello ahora. En
aquel momento Dennis tenía que estar enfadado. Tenía que ponerse el
ceño fruncido antes que los pantalones tejanos.
Y
eso hizo. Se miro en el espejo enfadado. Se vistió. Se colgó la
chaqueta sobre los hombros, cogió las llaves, pasó los brazos por
la manga correspondiente y repitió el mismo gesto que Lena hacía
unas horas. Quizá con un poco más de suavidad. (Encima).
Al
llegar al Americano,
Dennis no titubeó. Jack siempre aparecía tarde así que entró en
el bar. Saludó a la camarera, conocida, sin aspavientos. Y alzando
la mano señaló, segundos antes de abalanzarse sobre el banco, una
pinta de Brooklyn Lager
que otro de los clientes del bar sujetaba sobre la barra.
La
camarera no tardó demasiado en acercarse, desde que le señalase la
cerveza del otro tipo, a traer la suya. Tenía un par de preguntas en
la punta de la lengua. Pero no quiso ahondar en el asunto de por qué
Dennis portaba el semblante serio, las manos blancas, y la saliva
espesa. Lo dejó tal y como estaba. Tentando al buen humor con una
sonrisa. Que Dennis retornó de manera educada.
Antes
de poder incluso repasar mentalmente lo que quería decirle, antes de
darse cuenta de que ya estaba allí, Jack se sentó frente a Dennis.
Era una mesa amplia. Frente a la ventana. Elegantes, como en un
cuadro de Hopper,
se saludaron con un apretón de manos. Dennis ni si quiera se puso en
pie para hacerlo. Después del saludo, Jack se acercó a la barra.
Pidió otra cerveza y volvió para sentarse en el banco
almohadillado, de cara a Dennis.
Jack
llevaba una chaqueta de cuero negra con una camiseta gris desgastada
debajo. Unos vaqueros rectos con los bajos doblados y unas New
Balance grises, muy
desgastadas, que compraron juntos el domingo en que Martha le dejó.
Hacía casi tres años.
‘Está
especialmente guapo’ pensó Dennis. ‘Especialmente feliz’ se
repitió mientras se llevaba la mano derecha a la boca para
mordisquearse una uña.
¿Cómo
ha ido el día? – preguntó Jack con naturalidad sujetando su
cerveza.
‘¡Pero
bueno! Cómo puede ser… ‘ Dennis no entendía absolutamente nada.
Y retirándose la mano de la boca para poder hablar exclamó.
Dímelo
tú – mientras sustituía el dedo por la cerveza en su boca y
volvía a colocar la mano después del segundo trago.
¿El
qué? – preguntó Jack tranquilo.
Cómo
ha “ido el día” – dijo Dennis algo más cabreado.
Mi
día ha estado bien. He trabajado hasta tarde y he salido a dar un
paseo antes de venir. Cuando me escribiste aún estaba con el
proyecto de NEMS.
Oh,
Jack, por favor… - Dennis recogió su cabeza con las manos. La
movió. Como hacen los hombres cuando discuten con una mujer.
Apretó
la mandíbula y respondió:
¿Me
vas a contar lo de Lena? He hablado con ella.
Ooh…
JO-DER. Me dijo que lo hablaríamos los tres.
Da
igual, da igual que seamos diez, cuatro u ocho. Eres mi mejor amigo,
Jack. ¿Entiendes eso? ¿Entiendes que Lena es casi todo lo que
hace que me sienta cómodo en mi propia piel? ¿Lo entiendes?
Jack
bajó la cabeza arrepentido.
Dennis,
me gusta Lena.- respondió con miedo.
Es
que ¡No puede ser! No me lo puedo creer – Dennis se agitó en el
banco, moviendo las manos, rozando los dedos con sus labios, volvía
a estrechar la mandíbula. – ¿No entiendes que estas cosas entre
amigos no pueden pasar? ¡Maldita sea Jack! Confiaba en ti.
Jack
con la cabeza aún baja contestó
Sabes
que somos amigos, Dennis, sabes que nunca te he fallado. Ni aquella
vez que la fulana con la que estabas se acercó en la fiesta del
cumpleaños de Brandon e intentó… ya sabes…
Es
que no puedo creerlo… ¿En qué momento te planteas que puedes
acceder a esto? ¿En qué momento… ¿Cuándo empezó todo esto?
Quiero saberlo.
Oh…
¡Vamos Den! No pienso entrar a ese juego.
¡No
me vengas con eso Jack! Tengo derecho a saberlo.
Era
evidente que la decepción de Dennis iba en aumento. Igual que la
vergüenza, aún consciente, se apoderaba de Jack. Que, cada vez más
rojo, ofrecía explicaciones breves y bochornosas sobre cómo y
cuándo empezó todo. Cómo y cuando decidieron transformar la
situación en realidad. Cómo y cuando empezaron a hacerse cargo de
que aquello iba mucho más en serio de lo que eran capaces de
sobrellevar en secreto.
El
alcohol, igual que la tensión se perdía entre gargantas y Dennis
estaba cada vez más triste y obcecado.
¿Qué
se supone que debo hacer Jack? ¿Os entiendo? ¿Os abandonó a la
suerte? ¿Me abandono? – Dennis, visiblemente ebrio, resbalaba en
sus propias palabras. Considerando que la dicción era lo menos
importante.
No
es para tanto. Creo que iremos acostumbrándonos. Con el tiempo…
¡No
es para tanto! – Dennis se puso en pie, el bar estaba notablemente
lleno - ¡Que no es para tanto, dice!
Anna,
la camarera, miró a Dennis alertada por los gritos y cruzó la
barra. Acercándose, le tomó del brazo, Dennis forcejeó unos
segundos y paró, al ver la cara de Anna mirándole a los ojos.
Dennis,
tranquilízate, ¿quieres? – dijo ella sonriente como cuando le
sirvió la primera cerveza. Como siempre.
Jack
no sabía qué decir. Se había puesto en pie también, alertado por
la fuerza de Dennis.
“¡No
es para tanto!”, dice. “Nos acostumbraremos con el tiempo”,
dice. – y levantando la voz más que las manos exclamó - ¡Cómo
voy a acostumbrarme a que mi mejor amigo – señalando a Jack –
se acueste con mi hija!
Jack
se tapó la cara, intentando ocultar su rostro de todos los ojos
abiertos que apuntaban en aquella dirección. Dennis tardó menos de
un minuto en desplomarse sobre el banco almohadillado del Americano.
Lena
tardó algo más en aparecer. Alrededor de una hora y media desde que
recibiera el mensaje de Jack avisando sobre la discusión.
A
Dennis le costó una resaca y un día entender que Lena quisiera
escuchar a otras personas.
Laura
P. Calle
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