Concurso Atrápalo: un año en 365 palabras

Todo empezó aquel fatídico día. El 4 de enero para ser más precisos. Mi perrita Nua con tan solo un año de edad se lanzaba al precipicio del Parc del Fórum barcelonés. Cayó más o menos a una altura de seis metros y se precipitó al duro suelo de asfalto de la depuradora de la Ciudad Condal. Tras los gritos de mi quise pensar que no podía ser verdad. Cuando me acerqué al borde vi que era una realidad: todos mis pensamientos, casi mi vida entera pasaron por delante de mí. No le recomiendo ni al peor de mis enemigos esa sensación de ahogo, que el mundo se para por momentos y que la solución está tan lejos que el final es lo más honesto.

Bajé corriendo como un loco hasta el lugar en cuestión. Antes pero tuve que lidiar con un agente de seguridad que vigilaba el perímetro y que no me quiso ayudar, saltar dos vallas y llegar hasta el lugar. Ella, pobrecita, respiraba con celeridad, demasiada quizás. Aparentemente no había sufrido nada grave pero cada vez su expresión era menor, perdía sangre...el umbral se acercaba, la histeria me invadió.

Lo siguiente sucedido mejor no recordarlo. Demasiada incompetencia de por medio. Un ángel asomó su ala y un chico que no había visto en mi vida se ofreció a llevarnos a una clínica veterinaria de urgencias. Lo demás es historia. Pese a los problemas que acarrea la crisis, las deudas contraídas por salvar a mi mejor joya –mi perrita Nua-… mi recuerdo alberga la imagen de alguien bondadoso salvando una vida, ayudando al prójimo, haciendo el bien. Eso es impagable, no tiene valor. En un momento de nuestras vidas donde lo único que importa son los valores. Aquellos que hemos perdido por el camino. Qué mejor forma de recuperarlos que recibiendo una lección de humildad.

Gracias a todos aquellos que alguna vez han dado todo sin pedir nada. El mundo es de los valientes, es decir, de gente como aquel altruista que salvó mi vida.